Sobrenombres: De "cargada" a dolorosa discriminación
Si por culpa de un apodo las personas -en especial los niños- cambian de conducta es imprescindible ayudarlos a reaccionar y a defenderse.
La Gaceta. 23/03/2012. "Gordo", "cuatro ojos", "enano", "choclo"... Captar la debilidad y ponerle un nombre ofensivo es una especialidad de los argentinos. Algunos lo aceptan y lo toman a risa, pero para el resto funciona como un motivo de retraimiento que les puede afectar su desarrollo social y académico.
Los apodos, cuando son repetidos con malicia, son una forma de violencia. "El sobrenombre es un tipo de discriminación cultural que está naturalizada en la sociedad", señala Teresa Ivankow, abogada especialista en Derechos Humanos. Comienza como una cargada que los chicos realizan sobre el que ven más débil, con un defecto evidente o, simplemente, lo perciben como distinto: "rengo", "morfón".
Para el que descubre el sobrenombre es motivo de festejo y aplausos, pero no sucede lo mismo para su desdichado destinatario. Hay grupos, como los clubes o equipos de deportes, en donde poner apodos es ley. Es más, funciona como un mecanismo de pertenencia al grupo. Los chicos se someten callados, sin manifestar su malestar, que luego saldrá a través de su conducta o en la vida adulta.
Es en la escuela donde más surgen los apodos como forma de segregación o de resaltar lo diferente. Un estudio de 2011 realizado por Unicef señala que siete de cada 10 niños fueron testigos de actos discriminatorios en la escuela.
¿Las causas? El aspecto físico es el principal motivo; incluye el color de la piel y el tamaño o el peso. La nacionalidad es la segunda razón: el 65% de los adolescentes consultados mencionó a los inmigrantes bolivianos como las personas más discriminadas en nuestro país. También mencionaron a los pobres (15%). "Es una situación cultural que busca deslegitimizar y poner a la persona en situación de vulnerabilidad", añade Ivankow. El tema de las etiquetas está tan arraigado que hasta de una manera inconsciente todos lo hacemos.
Antes de conocer o recordar el nombre de un individuo preferimos identificarlo como el enano, el gordo, el pecoso, el colorado. Para muchos eso es más gracioso que llamarlo Daniel, Marcela o Carolina. La diferencia entre una broma y un sobrenombre que puede causarle daños psicológicos al niño dependerá de él mismo. No todas las personas reaccionan de la misma manera, lo que para uno puede ser gracioso y no le da importancia para otros resulta un trauma.
Fundamentales
En esto, los padres juegan un papel fundamental porque deberán estar atento a las reacciones de su hijo. En caso de que su conducta cambie, se retraiga o manifieste que no tiene ganas de asistir a clases, entonces ese apodo dejó de ser algo cómico y lo violenta como persona. Habrá que actuar, entonces, como si se tratara de una trompada. Sobre todo fortaleciendo la autoestima de su hijo y enseñándole a defenderse sin generar más violencia. "Ciertos apodos afectan la 'autoimagen' que el menor va formando de sí mismo, lo que tiene graves repercusiones en su autoestima y desarrollo psicoemocional", reflexiona Florencia Torzillo, psicóloga y columnista de la revista Saber Vivir.
Hay que tener en cuenta que los apodos tienden a identificar a la persona con una parte de lo que se ve y no con lo que esa persona es y tiene para dar.
"En el caso de los chicos discapacitados es muy complejo porque, por lo general, son muy observados por sus pares y terminan siendo rotulados por su condición", explica Ivankow.
Aunque no hay recetas mágicas, la clave es enseñar al niño desde muy chico a convivir con lo diferente, a respetar que no todos somos iguales, pero sí merecemos el mismo trato y respeto. Y si está del otro lado, entonces, naturalizarlo (salvo que sea una desvalorización) o tener la fortaleza para plantarse y expresar lo que le disgusta. Muchas veces nos quedamos callados y el apodo avanza.
Testimonio anónimo
"Cuando yo era chica mi hermano sufrió una enfermedad que le dejó una pierna bastante más corta que la otra. Recuerdo que a veces mi mamá le decía "mi renguito" y un día, molesta, le pregunté por qué lo hacía. "Si se acostumbra a que se lo diga la gente que lo quiere, cuando lo hagan los chicos en la escuela es posible que no lo tome como una ofensa", me contestó".
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